viernes, 30 de octubre de 2009

Al día siguiente S.O.S.-Octaba parte


Al día siguiente después de andar unos 35 minutos al lugar del trabajo me dispuse a realizar lo que mejor se, trabajar.

Fue un día muy duro no paramos hasta las 16:00 horas, para comer en 15 minutos (un bocadillo de jamón con pan duro comparado en el bar más cercano). Trascurrido el tiempo de descanso seguimos trabajando (montando todos los detalles de la barra).

A la 19:00 horas se inauguro la feria. Nunca en mi vida había visto tanta gente pidiendo sidra, las colas se ajuntaban hasta nueve filas de gente por lo que creo pude contar.

Por fin me enteraba en qué consistía mi puesto de trabajo, o por lo menos uno de ellos. Había que atender entre más gente mejor, lo que sobraba era eso, gente.

La escena del trabajo, era la siguiente; el cliente se acercaba a la barra con intención de cenar o tomar el aperitivo que consistía en bollo preñado o tapa de queso asturiano y culín de sidra.

Normalmente a cenar o a comer el cliente venía acompañado de otro grupo de personas, las cuales querían saciar su hambre, por lo que después de repetirle la carta del restaurante se la iba sirviendo a medida que salía de cocina, poniendo todos los platos encima de la barra, siempre acompañado con un culín de sidra que yo les escanciaba. Vamos era como llevar diez mesas a la vez en una sidrería pero encima de la barra, con el añadido de que muchos (la mayoría) cogían su mercancía y las llevaban a las mesas de atrás para degustarlas, por lo que la rotación de cliente era exagerada. Por lo que pude contar a groso modo, en una jornada de 13,5 horas, atendía como a 300 mesas de las que 60 se quedaban en la barra con la intención de que les escanciase la sidra para beber. Además había los clientes que solo consumían una caña o un refresco, siempre acompañado de su tapa de cabrales. Todo un caos de gente frenética, que por muy rápido que trabajases nunca tenias un respiro. A medida que fui conociendo el trabajo durante los meses que estuve, comprendí que si no paraba de trabajar 3 minutos cada dos horas para echarme un cigarro y un pis, así como desconectar o hacerme un paréntesis, podía llegar a derrumbarme física y sicológicamente. El trabajo era como si trabajases en una cadena de producción pero con las maquinas a todo trapo a punto de reventar, y sin descanso.

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